sábado, 31 de diciembre de 2011

Desde aquí no sé quién soy.
Estoy poseída.
Tras el plástico oscuro de mis lentes baratos el sol pierde su incandescente nobleza.
Veo destellos en el inmenso cielo.
Sigo sin saber quien soy, aunque sea mi puño el que escribe esto, es el brazo de un niño terrible quien carga con el peso de las palabras, las letras que junto como si tirara dados sobre la mesa.

Miento, fumo mientras escribo.
Estoy envenenada.
Un vasto paisaje envuelve mi trémula escritura.
Desde acá mismo, no soy más que el espejismo de un ser viviente; consciente a regañadientes de su estructura, odiosa y pendenciera en esta carnal cárcel.

Mi mente tampoco vuelta tan alto en este instante perdido, la imagino siendo pájaro; temeroso el vuelo y doloroso el encuentro con un edificio cualquiera.
Estoy dormida.
Recostada. Vertiginosa capa de sueños superpuestos, emociones que no se distinguen, ánimo tempestuoso acechando este atardecer de hilos agónicos.

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