jueves, 15 de diciembre de 2011

Esto, impreciso como lo es, se llama nostalgia; porque me sale a flor de piel como un tumor a media noche. Enfermedad corrosiva que se eleva hasta salir por mis poros, sudo nostalgia..
Y ¿cómo podría ser de otra forma? Si hay tantos minutos que se me atoran en la garganta, si hay pisadas que ya di y que no me calzan, vientos que movieron mi pelo y que ahora me enfrían el alma.
Se llama nostalgia porque quiero reventarme y disgregarme, pertenecer al caos, dejar de respirar.


Por tantas razones te extraño, aunque estés a dos centímetros de mi cara.
Soy un nubarrón borrado del cielo, un castillo de arena en derrumbe. La proyección ilógica de algo determinado a morir.
No podría llamarse ni sentirse de otra forma, porque clava por dentro, puñal encendido, reflexivas y paranoicas interpretaciones.
Y me sé sola, en la bruma espesa de mi incertidumbre.
Me conozco etérea, arrepentida matutina.
Me reconozco habitante y triste, en este segundo que golpeo suave con la punta de mis dedos.


No puedo decir lo mismo de mañana, la sola idea me reconforta.
Más, la tiniebla que me tiene ciega me parece infranqueable. Francamente infranqueable.
Más, la aguja incrustada en algún sitio de mi cuerpo parece perderse con mi sangre, aunarse con mis sistemas, construir circuitos ácidos con mis líquidos vitales.


Llamo a esto nostalgia, porque no pueden evitar humedecerse mis ojos, por razones que me resultan esquivas.
Tanta emoción galopante, tanto infructuoso esquema de relajación. Y respiro, te juro que respiro cada vez que me acuerdo... Y aún así me falta el aire.
Tengo los ojos entrecerrados y la potencial amenaza de sentirme estúpida.

No comprendo nada más allá de estas manos.


Tormento. Tortura. Inconexia.
Nostalgia. Presentimiento. Miedo.
Angustia. Culpa. Confusión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario