Suelo escribirle a la tristeza que se acumula en mis rincones como arena que se niega a ser barrida.
Esta vez dedicaré mis golpes de teclado a la ceguera que me produce la brillantez de nuestros días, cuando te escucho llegar entre minutos, cuando corro a la puerta con una sonrisa, cuando te beso por primera vez en el día y se ilumina mi cara.
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