domingo, 29 de enero de 2012

I


Estoy recién conociendo a una mujer que de alguna forma, conozco hace tiempo, pero en sueños, imaginaciones, hipótesis…
Para ella los cielos se tornan violentos, esto la llena de alegría y por eso llora. ¿Extraño no? Sus lágrimas, que se escurren con una facilidad increíble, celebran lo bello con la misma amargura que disfrutan los rencores y ventiscas que le presentan los días.
Tiene 23 años, la conozco hace un par de semanas, al menos eso creo. Esas semanas podrían ser también horas o centurias, no lo tengo claro y no es demasiado importante.
No la conocí de golpe, como sugeriría cualquier historia emocionante de esas que salan la vida supuestamente, nuestro encuentro fue más bien pausado, progresivo e incompleto; aun me faltan tantos detalles para comprender sin que se me crispe la piel, aquella manera frágil y confusa que tiene de moverse por su historia.
Cada vez que la miro, cuando nos vamos a dormir ya cansadas de todo, me parece tan absurda la maligna saña con que destroza lo que tiene y sin embargo, despierta, no soy capaz de detener sus golpes…

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