Estoy recién conociendo a una mujer que de alguna forma,
conozco hace tiempo, pero en sueños, imaginaciones, hipótesis…
Para ella los cielos se tornan violentos, esto la llena de
alegría y por eso llora. ¿Extraño no? Sus lágrimas, que se escurren con una
facilidad increíble, celebran lo bello con la misma amargura que disfrutan los
rencores y ventiscas que le presentan los días.
Tiene 23 años, la conozco hace un par de semanas, al menos
eso creo. Esas semanas podrían ser también horas o centurias, no lo tengo claro
y no es demasiado importante.
No la conocí de golpe, como sugeriría cualquier historia
emocionante de esas que salan la vida supuestamente, nuestro encuentro fue más
bien pausado, progresivo e incompleto; aun me faltan tantos detalles para
comprender sin que se me crispe la piel, aquella manera frágil y confusa que
tiene de moverse por su historia.
Cada vez que la miro, cuando nos vamos a dormir ya cansadas
de todo, me parece tan absurda la maligna saña con que destroza lo que tiene y
sin embargo, despierta, no soy capaz de detener sus golpes…
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