domingo, 11 de marzo de 2012

Acerca tu mano tibia y tu mejilla transparente, transeúnte espacial.
Sobre nuestras identidades esquivas, sabe la noche y las dulces notas de la oscuridad plagada de estrellas; saben los sabores que nos desfiguran el rostro y nos animan los ojos; saben los vapores exhalados por nuestras bocas amistosas.

La intuición fue nuestra brújula entre campos de trenes muertos y calles profundas y sitios preciosos y pensamientos ruidosos.
Rieles diarios de nuestra continua conexia.
Nacimientos diarios de sensaciones extasiadas.
Galaxia o bahía hacia la centinela de un paseo con el sol a nuestra espalda.
Estuve ahí y estuve contigo, con tus ojos que se perdían en la monumental frondosidad de los árboles. Tus ojos, dos bosques, dos avenidas de miel y madera y oliva y ámbar y esas palabras que suenan parecido según el oído adiestrado de mi corazón drástico, fulminante...

Irrumpimos en un ser mitológico y los mapas parecían órganos internos.
Dormimos enroscados en el caracol de su oído y escalamos despacio cada vértebra de su espalda enérgica.
Me llevaste de la mano y cada segundo fue perfecto, etéreo y somnoliento.
Cada beso que pegué en tu cara cargaba las emociones cálidas del verano.
Rosado, tenue, alivio, inhalo... exhalo.
Tu sonrisa me extravía en vendavales de aire nuevo.
Mi pulso se acelera, se agitan mis ojos y el vértigo se adueña del centro de control de mi cuerpo. Y todo es gracias a ti, a tu benevolente presencia en mi existencia, a tu aparición ectoplasmática en mis sueños.


Y pienso, que si mi cama tuviera sábanas, tendrían tu nombre bordado en todas partes.

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